jueves, 29 de diciembre de 2011

EL HEROE

Estábamos tomando unas cervezas en la terraza de un bar al lado del parque. Hacía un día estupendo y la charla era bastante animada. Mis amigos, un matrimonio con dos hijos pequeños (un niño y una niña), son simpáticos y afables. No recuerdo el tema de la conversación, probablemente despellejábamos a algún conocido desagradable o contábamos algún chiste, puede ser. El caso es que vi de reojo cómo el niño, a unos veinte metros de nosotros,  hablaba con un tipo vestido con mono de mecánico y me llamó la atención. Miré a mis amigos pero estaban riendo y no quise romper el momento. Volví a mirar hacia el chaval y lo que vi me dejó paralizado: el tipo metía al niño en una furgoneta, por la parte de atrás y precipitadamente. En seguida se montó en el asiento del conductor y arranco a toda prisa; mis amigos eran completamente ajenos al suceso, seguían a lo suyo, y la niña tomaba un refresco con cierta parsimonia. Estaban secuestrando al niño y nadie parecía darse cuenta.

Como no era momento de andar con explicaciones, salí corriendo, atajando por el parque hacia una calle por la que, con algo de suerte, tendría que pasar el secuestrador y tal vez yo podría hacer algo por detenerle. Si le dejaba escapar, probablemente jamás volveríamos a ver al niño con vida. La sola idea me daba escalofríos.

No sé de dónde saqué fuerzas para correr tanto, mi estado físico no es el más perfecto del mundo precisamente, pero conseguí alcanzar la furgoneta por milímetros. El cabrón llevaba la ventanilla abierta y me lancé a su cuello, pillándole desprevenido. La furgoneta cambió bruscamente de trayectoria y fue a chocar contra los coches aparcados. Mi única preocupación era el niño, esperaba que no le hubiese ocurrido nada. Yo me hice polvo la espalda con el golpe, pero en ese momento no me importaba. El conductor se rompió la cabeza contra el parabrisas, estaba lleno de sangre, inconsciente o muerto, a mi me daba igual.  

Se oían voces y murmullos, empezaba a llegar gente a ver qué había ocurrido. Yo me dirigí como pude a la parte de atrás de la furgoneta, a ver cómo estaba el niño. Abrí con mucha dificultad y estaba allí, llorando pero sano y salvo. Vi como llegaban corriendo sus padres y me desmayé.

-No, no soy un héroe, hice lo que tenía que hacer, era mi obligación. Me siento orgulloso de haber salvado una vida y haber quitado a un secuestrador de las calles. No merezco esta medalla, fue un honor ayudar a mis amigos.

Me desperté justo cuando iban a ponerme la medalla al valor o algo así. Al lado de mi cama, estaba mi amigo, el padre del niño.

-Vaya, ya te has despertado ¿qué tal estás?

-Bien, me duele un poco la cabeza, pero bien. ¿Y vosotros? ¿el niño?

-El niño, muy bien y nosotros... pues jodidos, te has cargado a mi cuñado y casi matas a mi hijo, hijoputa, ¿por qué lo hiciste?

-¿Qué? ¿tu cuñado?

-Te estábamos contando, entre risas, lo que se divierte el niño montado detrás de la furgoneta de su tío y saltaste de repente de la silla y la liaste buena ¿por qué?

-Yo pensaba que le estaban secuestrando...

-Tú eres un gilipollas que nunca escucha, que siempre estas mirando a la pared alelado, que no te enteras de nada. Matas a mi cuñado y ahí estás, tan tranquilo, con dolor de cabeza y una pierna rota.

-¿Qué? ¿me he roto una pierna? ahora si que me has jodido el día.