miércoles, 10 de febrero de 2010

HISTORIA 3: la dama y el padre: III

¿Quién eres? ¿Que significa eso de Isabó? -Preguntó el padre.
El rostro de la dama cambió varias veces de expresión, con diversos gestos sarcásticos. Después, como para impedir que el exorcista siguiera formulándole preguntas, empezó a insultarlo. Mas no consiguió impresionarle.
-¿De dónde vienes? - Preguntó el padre.
-Me hablas como si yo fuese tu esclavo.
-¡Dime de donde vienes!
¡NO!
La dama volvió violentamente la cabeza y luego se quedó inmóvil. El padre Veronesi reanudó su ataque.
-¡En nombre de Dios, ¿DE DÓNDE VIENES?!
-De lejanos desiertos- apenas audible la contestación.
El grupo de testigos no podía soportar por más tiempo aquella violenta sucesión de rostros mudables, pues la dama pasaba del desdén a la cólera. Sarcástica a veces, siempre violenta, imponía un gran respeto a todos.
-¿Por qué entraste en este cuerpo?- fue la siguiente pregunta.
-Por un fuerte amor del que no se halló correspondencia.
-¿No hay correspondencia por parte de quién?
-¡Eres un estúpido!
-Contesta. ¿Quién no corresponde a ese amor?
-¡Este cuerpo!- gritó la mujer, pegándose un tremendo puñetazo en el pecho.
-¿Y por qué no te corresponde?
-Porque eso no es justo- fue la respuesta de la dama.
-¿O sea que este cuerpo es una víctima tuya?
La dama se echó a reír, una risa insoportable. El semblante resultaba espantoso, ya que para reír no abría la boca.
-¿Cuándo entraste en este cuerpo?
La dama empezó a retorcerse y hubo que sujetarla.
A partir de este momento, la emoción fue creciendo de punto. La dama declaró que el Malo había entrado en su cuerpo por culpa de la asquerosa operación mágica de un brujo. Un vaso de vino, carne de cerdo, unas gotas de sangre y unas imprecaciones habían bastado para ello.
El padre, confundido, tal vez ensordecido por los gritos de la dama, cambió de tema.
-¿Has invadido sólo este cuerpo o los de los demás miembros de la familia también?
-También los de los miembros de la familia.
-Dame una prueba.
-Cuando este cuerpo se siente mal, la familia está indispuesta.
-Simple caso de telepatía.
-¡IDIOTA!
El choque frontal motivó un nuevo cambio de perspectiva.
-¿Cuánto se empleó para entrar en este cuerpo?
-7 Días.
-¿Dónde se llevó a cabo esta entrada?
-Aquí, en una mansión de Piacenza.
-¿En cuál?
-No preguntes... ¡no puedes preguntar! -exclamó la posesa.
-Ahora, VETE -ordenó el padre Veronesi.
-¡NO!
-¡VETE!
-¡JAMÁS!
-¡VETE!
-No, soy Isabó y no me iré.
La tensión llegó al punto culminante. Con un esfuerzo sobrehumano, la dama logró desasirse de las manos que la sujetaban, y se abalanzó contra el padre. Pese a la reacción instantánea de todos los asistentes, la dama logró quitarle la estola morada al padre y la destruyó con los dientes.
-¡Han empleado 7 días para hacerme entrar en este cuerpo! -gritó, echando espuma por la boca, y ¿tú pretendes arrojarme de él?
-¡SAL!
Pero la dama se aplastó aún más contra el suelo, retorciéndose.
Tras varias preguntas y órdenes enérgicas, más o menos bien encaminadas, la dama dejó de gritar.
-¡Saldré cuando arroje la bola que llevo en el vientre!
Todos dedujeron que la bola era el pedazo de cerdo utilizado por el hechicero. Inmediatamente, trajeron una palangana.
-¡Vamos! -ordenó una vez más el padre Veronesi. -¡VOMITA!
Dramáticamente, la dama volvió la cabeza a la palangana y con gran facilidad vomitó algo, que nadie supo lo que era.
Todos estaban agotados, y la dama, después de vomitar, se quedó dormida.
Quizás alguien pensó que aquello era el triunfo. Mas pronto resultó evidente que harían falta más sesiones como la que se había dado lugar.
Dos días después tuvo lugar la segunda sesión.
Una tercera, y en la cuarta, a primeros de Junio y en presencia de las mismas personas, se produjo un diálogo curioso.
-Han ligado 3 plantas y ahora estoy conjurado por tres veces.
-¿Dónde están?
-No soy quien debe enseñarte estas cosas.
-¡En nombre de Dios, te conjuro a que me digas dónde están!
-¡No lo puedo decir!
Al cabo de un largo y penoso silencio, la dama dio dos nombre y dos lugares, indicando que la tercera planta estaba en el fondo del río Po.
-¿Con qué fueron ligadas?
-Con un hilo de lana blanca.
El padre Veronesi pensó que quizá lograría algo si conseguía desligar las malditas plantas.
-¡Enséñame a desligarlas!
-No puedo.
-¿Por qué no?
-Porque cuando se hizo esto, quisieron que no lo revelara.
-¿Cuándo se desligarán?
-2 ya lo están- fue el sorprendente anuncio de la posesa.
-¿Y cuándo quedará desligada la tercera?
-Mientras esté el depósito, la planta no se desligará.
Se dedujo que el misterioso depósito no era otra cosa que la famosa bola que, al parecer, la dama había ingerido siete años antes durante la diabólica operación.
-¿Cuándo saldrá el depósito?
-Cuando quieras, dijo temblando la dama.
-Ahora mismo. Levanta y vomita. ¡VOMITA! Le ordenó.
-No, no vomito. Me niego, hoy has hecho ya demasiado.
-¡En nombre de Dios, haz que esta criatura expulse todo lo que haya absorvido por el maleficio!
Presa de un terrible ataque convulsivo, la dama terminó por vomitar. Después, se fue calmando.
Entre lo declarado por la dama, lo que más había llamado la atención del padre era lo de esas misteriosas plantas ligadas por el hechicero, un segundo personaje y ella misma.
De pronto, tuvo una idea. ¿Por qué no aprovechar uno de los períodos de lucidez de la dama y pedirle explicaciones al respecto? Y así, delante del marido, sin rodeos de ningún tipo, le preguntó si alguna vez había "ligado" plantas. Al oír la pregunta, la mujer quedóse estupefacta.
-Sí, "ligué" una- dijo, sonriendo tímidamente, en el fondo del río Po, porque le habían asegurado que era el método más eficaz para obtener una curación rápida a sus ataques, pues por medio del hilo de lana quedarían aquellos atados a la planta y abandonarían su cuerpo. También confesó que no sabía si en otro lugar había dos personas haciendo lo mismo y admitió que hacer aquello fue contra producente.
En la sesión del 11 de Junio, el padre inquirió:
-¿Qué ha de hacer este cuerpo para no ser invadido?
-Debe entregarse a ese hombre. Debe abrazarle.
Sin dar opción a intervención del padre, añadió que su salida del cuerpo tendría lugar el 23 de Junio de 1920.
Toda esperanza era vana. En una novena sesión, se manifestó un compañero muy poderoso de Isabó: Eslender, pérfido y perverso.
En medio de una terrible tensión, mientras los espectadores del drama se agarraban a sus asientos y la posesa se retorcía en el suelo, la enérgica voz del padre ordenó a Eslender que bajara al infierno rápidamente. Después de expresada esta orden, la mujer se calmó.
-¿A dónde ha ido Eslender?- indagó el padre.
-Al cuerpo de una persona conocida.
-¡¿Eh!? ¡Esto es espantoso! -¿Por qué? apremió a Isabó.
-Porque tú no lo destinaste a ninguna parte.
-¡Mientes!- ¡lo destiné!
-Entonces no fuiste capaz de vencerle. Yo soy más poderoso que tú. Yo soy más veloz de pensamiento que tú; cuando te disponías a darle la orden, yo ya le había dado la mía.
El padre Veronesi como último recurso, tomó la cruz en sus manos y la colocó sobre la cabeza de la dama.
-¿Ha salido?
-Sí, ha salido, a la casa del párroco Pallaroni.
-¿Qué hace allí?
-Habla lenguas extranjeras, grita y desvaría.
Ésta, la novena sesión, acabó en un gran fracaso.
Naturalmente, todos se apresuraron a averiguar qué sucedía en casa del párroco.

martes, 2 de febrero de 2010

Historia 3: La dama y el padre II

Sabedora de que un párroco de las colinas de Piacenza era célebre por sus bendiciones, decidió ir a verle un domingo. En un carruaje con caballos, acompañada de su marido y sus padres, emprendió la marcha.
Al parecer, el viaje fue normal hasta que, de repente, los caballos frenaron en seco, rígidos, con el cuello muy estirado. Ni los más fuertes trallazos lograron hacer que avanzaran un centímetro. En ese instante, la dama saltó fuera del coche y se zafó de su marido. Fue imposible detenerla, y la mujer, siempre según ella, echó a volar.
Casi a un metro por encima del suelo, sobrevoló los campos y remontó la colina donde estaba la iglesia. Había mucha gente agrupada ante la puerta y su espectacular llegada produjo una reacción indescriptible. Los perros ladraban, las gallinas revoloteaban y todos soltaron un grito de terror, abriéndole paso.
La dama acertó a entrar por la puerta entreabierta de la iglesia, y cayó justo frente al altar mayor, donde estaba colocado un cuadro de San Expedito.
Allí se quedó hasta que el párroco, sin preguntarle nada, la bendijo en medio de una multitud de curiosos. Inmediatamente volvió en sí y durante varios días se comportó de un modo completamente normal.
La dama en cuestión le preguntó al padre Veronesi qué opinaba de su relato, y el padre, con paciencia, comprensivamente, admitió que todo aquello era muy raro, pidiéndole que volviera a verle siempre que quisiera. Si él no estaba, siempre encontraría a algunos de los hermanos.

A los pocos días, la dama volvió al convento. El padre Veronesi la atendió en persona. ¿Podía bendecirla? La dama se instaló junto a una columna del presbiterio, y así pretendió recibir la bendición, a lo que el padre no se opuso, dando comienzo a sus plegarias.
La dama, que le escuchaba con gran recogimiento y devoción, cerró los ojos, y de pronto, empezó a cantar. Su canto era hermoso y hondamente conmovedor. Tan poderoso era, que atrajo a todos los niños que jugaban en la plaza y en torno a la iglesia.
Asimismo, el padre Focaccia, que andaba por allí, quedóse maravillado. Sin embargo, mientras el padre Veronesi proseguía impertérrito sus oraciones, la dama pasó de la armonía al caos. Dejó de cantar y, sin moverse, empezó a proferir frases coléricas en una lengua desconocida. Pronto se oyeron unas maldiciones.
Aquella noche, el padre Focaccia fue a ver al padre Veronesi.
- Preguntó el padre Focaccia: ¿Qué piensa, padre, de tan rara señora?
-Pues creo que es un caso normal de histeria. No estoy muy impresionado porque en el manicomio he visto casos muy parecidos. Sin embargo, el padre Focaccia, que no estaba acostumbrado a tales casos, tenía una hipótesis completamente distinta. Según él, la dama en cuestión estaba verdaderamente endemoniada.
Primero, el padre Veronesi se negó a dejarse convencer, más ante la insistencia del otro, le entraron dudas y a la mañana siguiente fue a ver al monseñor Pellicari. Naturalmente, ante el alto dignatario de la iglesia repitió su opinión respecto al histerismo, mas el obispo le formuló ciertas preguntas y llegó a la conclusión de que el padre Focaccia tenía razón. Entonces, le ordenó a Veronesi que exorcizase a la nueva obsesa. No había más remedio que obedecer.
De todas formas, el padre Veronesi fue a ver al director del manicomio de Piacenza. El doctor Lupi era amigo suyo y pudo exponerle el caso con entera confianza. Ambos convinieron en que el doctor asistiría a todas las sesiones de exorcismo. Acto seguido, el padre fue en busca de otras personas, pues necesitaba unos testigos inteligentes y templados. Luego, se puso de acuerdo con el padre Justino, que era un excelente taquígrafo. El padre Veronesi deseaba proceder con la máxima seguridad y con rigor, y cumplió integramente las normas del ritual romano.
El 21 de Mayo de 1920 , después del mediodía, la posesa dama fue llevada a un sillón de mimbre colocado frente al altar mayor de la capilla de Santa María de Campania. No opuso, por lo visto, resistencia alguna, y tras ella, en un semicirculo, se hallaban sentados todos los testigos. A la derecha del altar se situó el doctor Lupi, y a la izquierda, en un pupitre asaz incómodo, el padre Justino, dispuesto a no perder taquigráficamente ni una sola palabra. Sobre una mesita, a su lado, había un recipiente con agua bendita, un hisopo, una sobrepelliz morada y una estola del mismo color. La tensión entre los reunidos era enorme.
El padre Veronesi entró majestuosamente y subió las gradas del altar. La posesa no interrumpió la misa en ningún momento.
Terminada la santa ceremonia, Veronesi comenzó a prepararse; el exorcismo iba a comenzar.
A continuación, todos los asistentes rezaron y el padre entonó el Salmo 53.
Lo mismo que durante la misa, la dama permaneció en plena calma, aunque era evidente que su tranquilidad era excesiva, falsa, postiza. Estaba rígida, inmóvil, con la mirada ausente.
La voz del exorcista resonaba en la pequeña capilla y la tensión general era enorme. La calma de la posesa dama presagiaba, sin duda, algo espantoso.
Después de las letanías, el exorcista llamó solemnemente a Dios.
Esto ya fue demasiado. De repente, ese llamamiento sacó a la dama de su ensueño. Levantó rápidamente los brazos, los bajó lentamente y se tomó las puntas de los pies con las manos. Es de imaginar la reacción de los testigos al ver que, doblada hacia delante, la dama daba un prodigioso salto hacia delante. Después de esta pirueta, se desenroscó y quedó inmóvil en el suelo, completamente estirada. Su rostro, terriblemente contraído, era una verdadera mueca de odio. Al igual que las palabras que espetó al exorcista.
- ¿Quién eres tú, que osas medirte conmigo? ¿No sabes que soy Isabó, el de las largas alas y los poderosos puños?
Todo lo demás fueron insultos. El ataque diabólico fue tan extremado, tan repentino e incontenible, que el padre Veronesi estuvo a punto de ser derrotado.
Durante un instante, la dama guardó silencio. El diablo no dijo, o repitió su nombre, ni indicó el día de su salida de aquel cuerpo.