martes, 2 de febrero de 2010

Historia 3: La dama y el padre II

Sabedora de que un párroco de las colinas de Piacenza era célebre por sus bendiciones, decidió ir a verle un domingo. En un carruaje con caballos, acompañada de su marido y sus padres, emprendió la marcha.
Al parecer, el viaje fue normal hasta que, de repente, los caballos frenaron en seco, rígidos, con el cuello muy estirado. Ni los más fuertes trallazos lograron hacer que avanzaran un centímetro. En ese instante, la dama saltó fuera del coche y se zafó de su marido. Fue imposible detenerla, y la mujer, siempre según ella, echó a volar.
Casi a un metro por encima del suelo, sobrevoló los campos y remontó la colina donde estaba la iglesia. Había mucha gente agrupada ante la puerta y su espectacular llegada produjo una reacción indescriptible. Los perros ladraban, las gallinas revoloteaban y todos soltaron un grito de terror, abriéndole paso.
La dama acertó a entrar por la puerta entreabierta de la iglesia, y cayó justo frente al altar mayor, donde estaba colocado un cuadro de San Expedito.
Allí se quedó hasta que el párroco, sin preguntarle nada, la bendijo en medio de una multitud de curiosos. Inmediatamente volvió en sí y durante varios días se comportó de un modo completamente normal.
La dama en cuestión le preguntó al padre Veronesi qué opinaba de su relato, y el padre, con paciencia, comprensivamente, admitió que todo aquello era muy raro, pidiéndole que volviera a verle siempre que quisiera. Si él no estaba, siempre encontraría a algunos de los hermanos.

A los pocos días, la dama volvió al convento. El padre Veronesi la atendió en persona. ¿Podía bendecirla? La dama se instaló junto a una columna del presbiterio, y así pretendió recibir la bendición, a lo que el padre no se opuso, dando comienzo a sus plegarias.
La dama, que le escuchaba con gran recogimiento y devoción, cerró los ojos, y de pronto, empezó a cantar. Su canto era hermoso y hondamente conmovedor. Tan poderoso era, que atrajo a todos los niños que jugaban en la plaza y en torno a la iglesia.
Asimismo, el padre Focaccia, que andaba por allí, quedóse maravillado. Sin embargo, mientras el padre Veronesi proseguía impertérrito sus oraciones, la dama pasó de la armonía al caos. Dejó de cantar y, sin moverse, empezó a proferir frases coléricas en una lengua desconocida. Pronto se oyeron unas maldiciones.
Aquella noche, el padre Focaccia fue a ver al padre Veronesi.
- Preguntó el padre Focaccia: ¿Qué piensa, padre, de tan rara señora?
-Pues creo que es un caso normal de histeria. No estoy muy impresionado porque en el manicomio he visto casos muy parecidos. Sin embargo, el padre Focaccia, que no estaba acostumbrado a tales casos, tenía una hipótesis completamente distinta. Según él, la dama en cuestión estaba verdaderamente endemoniada.
Primero, el padre Veronesi se negó a dejarse convencer, más ante la insistencia del otro, le entraron dudas y a la mañana siguiente fue a ver al monseñor Pellicari. Naturalmente, ante el alto dignatario de la iglesia repitió su opinión respecto al histerismo, mas el obispo le formuló ciertas preguntas y llegó a la conclusión de que el padre Focaccia tenía razón. Entonces, le ordenó a Veronesi que exorcizase a la nueva obsesa. No había más remedio que obedecer.
De todas formas, el padre Veronesi fue a ver al director del manicomio de Piacenza. El doctor Lupi era amigo suyo y pudo exponerle el caso con entera confianza. Ambos convinieron en que el doctor asistiría a todas las sesiones de exorcismo. Acto seguido, el padre fue en busca de otras personas, pues necesitaba unos testigos inteligentes y templados. Luego, se puso de acuerdo con el padre Justino, que era un excelente taquígrafo. El padre Veronesi deseaba proceder con la máxima seguridad y con rigor, y cumplió integramente las normas del ritual romano.
El 21 de Mayo de 1920 , después del mediodía, la posesa dama fue llevada a un sillón de mimbre colocado frente al altar mayor de la capilla de Santa María de Campania. No opuso, por lo visto, resistencia alguna, y tras ella, en un semicirculo, se hallaban sentados todos los testigos. A la derecha del altar se situó el doctor Lupi, y a la izquierda, en un pupitre asaz incómodo, el padre Justino, dispuesto a no perder taquigráficamente ni una sola palabra. Sobre una mesita, a su lado, había un recipiente con agua bendita, un hisopo, una sobrepelliz morada y una estola del mismo color. La tensión entre los reunidos era enorme.
El padre Veronesi entró majestuosamente y subió las gradas del altar. La posesa no interrumpió la misa en ningún momento.
Terminada la santa ceremonia, Veronesi comenzó a prepararse; el exorcismo iba a comenzar.
A continuación, todos los asistentes rezaron y el padre entonó el Salmo 53.
Lo mismo que durante la misa, la dama permaneció en plena calma, aunque era evidente que su tranquilidad era excesiva, falsa, postiza. Estaba rígida, inmóvil, con la mirada ausente.
La voz del exorcista resonaba en la pequeña capilla y la tensión general era enorme. La calma de la posesa dama presagiaba, sin duda, algo espantoso.
Después de las letanías, el exorcista llamó solemnemente a Dios.
Esto ya fue demasiado. De repente, ese llamamiento sacó a la dama de su ensueño. Levantó rápidamente los brazos, los bajó lentamente y se tomó las puntas de los pies con las manos. Es de imaginar la reacción de los testigos al ver que, doblada hacia delante, la dama daba un prodigioso salto hacia delante. Después de esta pirueta, se desenroscó y quedó inmóvil en el suelo, completamente estirada. Su rostro, terriblemente contraído, era una verdadera mueca de odio. Al igual que las palabras que espetó al exorcista.
- ¿Quién eres tú, que osas medirte conmigo? ¿No sabes que soy Isabó, el de las largas alas y los poderosos puños?
Todo lo demás fueron insultos. El ataque diabólico fue tan extremado, tan repentino e incontenible, que el padre Veronesi estuvo a punto de ser derrotado.
Durante un instante, la dama guardó silencio. El diablo no dijo, o repitió su nombre, ni indicó el día de su salida de aquel cuerpo.

1 comentario:

TORO SALVAJE dijo...

Jodeeeeeerrrrrrrr que estoy solo en casa...
Que me va a dar miedo...

Besos.