miércoles, 26 de agosto de 2009

Un minino y 2 teleoperadoras

Martes 25 al Miércoles 26. La novena noche. Hasta el chichi. Entrada a las diez menos cinco. Esperando que la noche me fuera mejor que la del lunes. Los clientes cada vez son más mal educados, amargados y solo piensan en el puto ascensor. Que si tengo la cadera operada. Que si en el edificio hay muchos mayores... ¿Hay algún edifico sin viejitos? ¿Sin bebés? Cada vez aguanto menos. Ý encima, en el puesto del mpd no abarco. Sí, tengo dos orejas, pero solo un sistema auditivo.
Lo bueno es que hoy no he estado con la compañera de siempre, la cual, no sé qué le ocurre; está insoportable. Lo estuvimos comentando y no es conmigo solamente. Estamos de acuerdo en que le ocurre algo.
A lo largo de la noche, Marietta y yo empezamos a escuchar maullidos. Estaba claro que eran de un cachorro. Si hubiera podido salir en ese momento, me habría puesto a buscarlo. Era pena lo que oía.
Cuando a las seis y cuarto de la mañana, pude finalmente tomarme la media hora de descanso, baje a la calle y conseguí averiguar el lugar exacto donde se encontraba el gato. En el motor de un 306 y supe que no podría cogerlo. Se lo dije a Marietta y ahí quedo el tema.

.........

Por fin dieron las ocho de la mañana, hora de largarse. A la puerta del edificio pensamos en comprar algo para "desayunar", aunque finalmente desechamos la idea.
Cuando íbamos camino al coche, le señalé el coche donde estaba el gato, así que las dos nos dirigimos a éste. Un sentimiento nos impedía irnos sin intentar sacarlo de ahí. Hora y media intentando que saliera, que ese llanto cesara. -Sal de ahí pequeño- decíamos una y otra vez. Marietta pregunto a los conserjes, vamos, a todo "bicho" viviente que pudiera saber de quién es el coche, esperando a que saliera el propietario para pedirle que abriese el capó, pero no aparecía. Compramos unas agujas, una de carne y otra de atún. Con unos trozos intentamos engatusar al pequeño felino, pero así tampoco salía. Y nos involucrábamos aún más. Saqué el periódico que llevaba y lo estire bajo el coche mientras ella daba golpes en la chapa para azuzarle. Llamamos al 010 para que nos facilitase un número de teléfono al que poder llamar para que procedieran al rescate, sin éxito tampoco. Y no me sorprendió, tratándose del ayuntamiento. A los bomberos no, que facturan. Hora y media sin éxito. Como Marietta pregunto a mucha gente de la zona, una persona nos dijo que a la vuelta del edificio de enfrente se encontraba El Refugio. Así que decidimos ir allí y comentarles lo que pasaba. Dijeron que llamarían a la protectora de animales. Les indiqué la calle y la matrícula del vehículo para que cuando llegaran fueran directos a por el gatito, que nosotras no habíamos conseguido nada y además nos teníamos que ir, ya que estábamos agotadas y con sueño. Cuando regresé al coche, Marietta me dijo que había llamado a la policía y que estos también avisarían a la protectora. En ese momento pensé, -la que estamos montando-. Por ello, decidimos quedarnos a esperarlos. Porque después de esa "lucha", queríamos ver al pequeño. A los pocos minutos, llamó la policía, indicando que a través de la matrícula facilitada, habían localizado a la dueña del coche y que iba en camino. Marietta, mientras estábamos en espera, hizo apliques sobre el coche y se escuchó un golpe seco. En ese entonces, ella supo que se había desenganchado.
No tardó mucho en llegar la propietaria. Abrió el coche, desbloqueó el capó, pero tardaba en abrirlo y me extrañaba mucho el modo en que quería abrirlo. Yo tuve un 106 y el capó se abre en dirección al parabrisas y ella lo intentaba al revés. Marietta hizo un pequeño comentario y la chica enseguida advirtió que lo estaba haciendo mal. ¡¡Y allí estaba!! Las tres suspiramos. ¡¡Era un mico!! Y se movía como una culebrilla. Ya teníamos intenciones de adoptarlo (yo menos, que ya somos muchos).
Se volvió a escapar y meterse bajo otro coche, encima u
n Xantia con la suspensión bajada. Lo intentamos asustar para que saliese, pero los cojones 33. Al menos, esos maullidos llorosos cesaron y decidimos, a las diez y media de la mañana que habíamos hecho bastante. Era hora de retirarse.

Creo que Marietta se ha quedado con el "gusanillo", por decirlo de algún modo, de adoptar al pequeño felino.

miércoles, 19 de agosto de 2009

¿¿ Para reflexionar ??

-Es que no la aguanto, te lo digo de verdad, que no puedo más...

-Pues anda que la mía... Esta mañana he comprado churros, que les gustan a los niños, bueno, y a Pepe, a todos, y cuando los ha visto se ha puesto a suspirar. -Qué lástima, con lo bien que me sientan a mí las tostadas con aceite-. Vale, mamá, pues te hago unas, ¿cuántas quieres? ...
Se ha tomado dos y luego ha atacado a los churros como el que más. Cuatro se ha comido, pero cuando ha llamado mi hermana... ¿Qué creéis que le ha dicho? -Nada, hija, aquí estoy, desayunando churros. Al volver a Madrid, ya verás el médico...-
¿Os lo podéis creer?

-¡Huy, eso no es nada! La mía se empeñó ayer en que la montara en el trenecito, con ochenta y dos años que tiene...

Ella oye hablar a sus amigas y no dice nada. No podría hacerlo, porque hace muchos años que no tiene madre. Cuando se quedó huérfana era muy joven, pero ya había dejado de ser una niña, o eso creía entonces. Ahora, después de cumplir los cincuenta años que su madre nunca llegó a tener, ya no está tan segura. Ahora, desde hace algún tiempo, se siente casi más huérfana que entonces, cuando no era más que una cría inexperta y torpe que ya había cumplido veinte años.

-Toda la vida haciéndose la víctima, toda la vida sufriendo, y disfrutando de su sufrimiento, y claro...

-Si es que no saben vivir de otra manera. A la mía, hasta le molesta que salga a tomar copas y llegue tarde, estando casada y con hijos...

-Pues mi madre lo que no quiere es que salga mi hija. Está todo el día diciéndole: ¿y esta noche vas a salir?, ¿otra vez?, ¿para eso he venido yo a verte, para que salgas todas las noches?

Desde que sus hijos mayores tienen la edad con la que ella la perdió, se acuerda mucho de su madre. Quizá nunca ha dejado de hacerlo, pero ahora es más consciente. Ahora, cada vez que envuelve las gambas en un trapo húmedo antes de meterlas en la nevera; cada vez que escoge tomates de ensalada de un color peculiar; cada vez que empana los filetes al revés, primero el pan rallado, luego el huevo batido, para que queden más jugosos, esponjosos y dorados como torrijas, se acuerda de lo que hace así porque así lo hacía su madre. Y no es sólo eso.
Ahora se pelea con su hija pequeña de la misma manera, con la misma abrumadora, agotadora frecuencia, que su madre tuvo que soportar cuando ella era adolescente. Y le duele la memoria de aquellas peleas, le duele el recuerdo de su confusión, aquel tobogán de exaltación y depresiones, el hoyo de incomprensible amargura del que sólo sabía salir a grito limpio. Ahora sólo puede estar callada, escuchar a sus amigas y comprender la medida de su infortunio, porque ella no tuvo tiempo para reconciliarse con su madre, no tuvo tiempo para empezar a comprenderla, para ponerse de su parte antes de decidir que no podía aguantarla, como dicen ellas todas las tardes.
A menudo piensa en su madre. Y no sólo porque lamenta que ya no pueda verla. Que aquella mujer impecable, que siempre pensó que su hija iba a echarse a perder, que acabaría borracha, drogadicta, con hijos de varios hombres diferentes, o con ninguno y rodando por las esquinas, no pueda alegrarse de haberse equivocado. Que no haya vivido para comprobar que, al fin y al cabo, la vida de su hija se parece mucho a la suya, aunque no haya bautizado a los niños, aunque siempre haya votado a la izquierda, aunque trabaje, aunque se siga quitando la parte de arriba del biquini...

-Pero eso da igual, yo no tengo hijos y a la que le da la matraca con lo de salir es a mí. Yo no lo entiendo, una mujer como ella, con lo que ha trabajado, con lo que ha luchado... Y mi pobre padre, que no sabéis cómo le trata...

-Es que llegar a esas edades... Yo no digo que sea malo, pero...

Ella no dice palabra, mira a la que acaba de hablar, y le dice en silencio que es muy bueno. Buenísimo. Lo sabe porque hace casi treinta años que no tiene madre, más de veinte años sin la garantía de unos brazos a los que poder acudir incondicionalmente, muchos años sin amparo, sin un cuarto en casa ajena, una cama propia en la que poder dormir la siesta después de comer un arroz riquísimo que nadie hace por ella los domingos. La echa de menos. Tantos años después, ahora que ya no le hace falta, porque su casa está más que organizada, sus hijos criados, su vida resulta, la sigue echando de menos, quizá más que antes, más que nunca, mientras escucha hablar a sus amigas en la playa, todas las tardes, y todas las tardes calla.

jueves, 6 de agosto de 2009

Defecto de fabricación

Nunca leer un libro me había provocado tanto dolor, ganas de vomitar, odio y amor... Sensaciones asquerosamente fuera de sí. Enciendo el ebook y algo afilado me atraviesa y desgarra mis entrañas y acelera los malos momentos. ¿Por qué lo leo y no puedo parar de llorar?

Te odio, estés donde estés, Charlotte Bronte. Odio a Jane Eyre. Leer este clásico no ha parado de traerme aquellos malos recuerdos; Ella y Él y el del Medio, luego yo.
Sin poder parar de leerlo, sabiendo que me removería. Y ya lo he terminado y sigo llorando. También es verdad que desee haber poseído el poder de decisión que ella tuvo y yo no. Qué asco me doy. No sé por qué no puedo quitar de mi mente aquel mes de agosto, de septiembre, de octubre...


Esa historia de amor, la del libro, la de la vida real.


Este blog se hunde en sus propias cagadas. Además, creo que es la hora de ir cerrando el telón.

Si yo pudiera cerrar mis dos telones... Pero creo que sería una actitud egoísta por mi parte.