sábado, 11 de octubre de 2008

RECUERDO

Estoy triste. Mi cuerpo y mi mente están cansados. Gritan para que haga algo por su bienestar, pero paso; me gusta torturarme. Tengo ansiedad. Me pellizco el cuerpo arrancándome poco a poco la piel, hasta que hago herida y esta sangra, entonces me pongo a llorar. Pienso en él y vuelvo a pellizcarme, vuelvo a herirme y a sangrar, vuelvo a llorar. Mi cuerpo y mi mente están cansados porque no duermo.
Creo que con 3 o 4
diazepan, un par de petas y otro par de lingotazos caería redonda. ¿Podría soñar? ¿y si soñara con algo bonito? Ni de coña. Aunque llevo varios días con un mismo recuerdo de cuando era pequeña, indistintamente que duerma o no.

Cuando tenía 7 años íbamos con frecuencia a casa de mis abuelos, un pueblo de Ciudad Real, y
pasábamos los fines de semana
, uno de los cuales yo comencé a sentirme mal, pero como era una niña muy enclenque, pues fíjate, para que darle mayor importancia. De madrugada desperté porque volví a sentirme muy mal, la boca me sabía a hierro y empezaba a respirar con dificultad y cuando despegué del todo los ojos, mis abuelos y mis padres estaban a mi alrededor con una toalla, era de color gris, pero enseguida cambio de color. Estaban taponando la hemorragia nasal con ella. La sangre no paraba de brotar de mi nariz, primero por una fosa y a continuación por la otra.
Gritaban: ¡MAS TOALLAS, NO SE CORTA! ¡QUE EL NIÑO NO LO VEA! ¡AL HOSPITAL, HAY QUE IR AL HOSPITAL!
La sangre no tenía espacio suficiente y empecé a sangrar por la boca. Las toallas empapadas en sangre se apilaban en la mesita de noche, algunas caían al suelo. Apenas podía respirar y todo empezaba a oscurecer. Ennegreció. Me gusta el color negro. Me gusta la oscuridad. Vuelvo a recordar. Un luz muy blanca directa a mi cara, todavía lo pienso y me hace daño en los ojos. Lo primero que vi fue una única silueta, que se fundía con el destello de la luz y el blanco de la bata que llevaba. Iba distinguiendo mejor, la consciencia me volvía. Era un hombre, pero no era mi padre. Tenía barba y cabellos canosos. Me miraba fijamente. Sentí mucho frío, tiritaba, ¿por qué no me arropan?, pensé. Estaba en el hospital, echada en una camilla metálica muy fría. El señor de la bata blanca y cabellos canosos, el médico, a un lado. Una señora con cara de estúpida y pelo corto, mi madre, al otro lado. Dijeron que se me había encharcado un pulmón. Pruebas y más pruebas, de un lado a otro en la incómoda y fría camilla metálica. Uno de los diagnósticos fue tuberculosis. Había que ingresarme y tenerme en una habitación aislada. Acabé en el hospital Niño Jesús, en Madrid. Introducían en mis nariz dos largos tubos, mientras me sujetaban, sin dejarme respirar, para sacarlos llenos de sangre. Ojala me hubiera desangrado en casa de mis abuelos. La habitación del hospital era muy amplia, bien iluminada y tenía una encimera con un fregadero. Y no estaba tan sola, en la encimera había hormigas. Las miraba ir de un lado a otro. Hablaba con ellas y me reía. De vez en cuando entraba una enfermera a tomarme la temperatura, aunque en muchas ocasiones no regresaba. Cuando mi madre venía a verme se enfadaba mucho por esto y montaba auténticos espectáculos a los médicos que en ese momento pasaban por el pasillo. Sentía vergüenza ajena.

Me regalaron un juego que se llamaba la bola negra. Un embudo con 4 vertientes, 1bola negra y gorda y 4 bolas pequeñas de distintos colores. En la caja ponía de 2 a 4 jugadores. ¿Para que quería yo ese juego entonces?, pero jugaba, sola. Me miraban a través del cristal y los odiaba, los odiaba a todos.
Una mañana abrí la terraza, salí, subí a la barandilla y cerré los ojos. Me gusta la oscuridad.

Mi cuerpo y mi mente están cansados. Vuelve el recuerdo. Vuelvo a pensar en él.

Snif.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Madre mia!! no sabia nada de esto, me soprendes cada dia, pero me alegro asi te conozco mejor.Se que dificil decir esto y se que aun peor escribirlo. Lo unico es el- Tiempo que cura todo y pone las cosas en su sitio.......